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En mi casa, los niños juegan is an ongoing photographic series that documents the vibrant celebrations occurring across generations within Mexican-American communities throughout different parts of the United States. These parties—often held in rented halls or venues—become true cultural sanctuaries where music, dance, light, and ritual intertwine to create a shared space of identity, memory, and joy.
In this project, I travel to different states in the country, photographing family gatherings and celebrations where I am invited as one more member of the family. I spend 6 to 7 hours fully immersed in each celebration, observing how the space transforms into a living altar of cultural expression. Children, with their energy, innocence, and freedom, often take center stage: they are symbols of continuity, resistance, and collective memory. Their presence represents not only the joy of the present but also the constant renewal of our traditions.
The “house” in the title is a metaphor. It doesn’t only refer to a physical space but to a cultural refuge—a sacred place where our roots are kept safe, where life is celebrated without filters. Through this work, I seek to honor and preserve the resistance expressed in joy, family, and community—where stories are not just told but lived, danced, and sung.
This project is both a personal and collective journey that crosses time, space, and spirit—where each celebration becomes a portal to something deeper than the everyday.
En mi casa, los niños juegan es una serie fotográfica en proceso que documenta las celebraciones llenas de vida que ocurren entre generaciones dentro de comunidades mexicoamericanas en distintas partes de Estados Unidos. Estas fiestas—muchas veces realizadas en salones o locales rentados—se convierten en verdaderos santuarios culturales, donde la música, el baile, la luz y el ritual se entrelazan para crear un espacio compartido de identidad, memoria y alegría.
En este proyecto viajo por diferentes estados del país, fotografiando reuniones familiares y fiestas a las que me invitan como una más de la familia. Paso entre 6 y 7 horas completamente sumergida en cada celebración, observando cómo el espacio se transforma en un altar viviente de expresión cultural. Los niños, con su energía, inocencia y libertad, suelen ocupar el centro de todo: son símbolo de continuidad, resistencia y memoria colectiva. Su presencia representa no solo la alegría del presente, sino también la renovación constante de nuestras tradiciones.
La “casa” del título es una metáfora. No solo habla de un espacio físico, sino de un refugio cultural—un lugar sagrado donde se resguardan nuestras raíces, donde la vida se celebra sin filtros. Con este trabajo, busco honrar y preservar la resistencia que se manifiesta en la alegría, la familia y la comunidad—donde las historias no se cuentan, se viven, se bailan y se cantan.
Este proyecto es un viaje personal y colectivo, que cruza tiempo, espacio y espíritu—donde cada fiesta se vuelve un portal hacia algo más profundo que lo cotidiano.